Por Leonardo Tavani
Calificación: Excelente (★★★★★)
Westworld (Ídem. EE.UU, Canadá; 2016),
1a temporada de 10 episodios.
Creada por Jonathan Nolan. Dirección: Jonathan Nolan, Fred Toye,
Jonny Campbell, Richard J. Lewis,
Michelle MacLaren, Neil
Marshall, Vincenzo Natali, Stephen
Williams– Guión: Ed Brubaker,
Dan Dietz, Halley Wegryn Gross, Lisa Joy, Kath Lingenfelter, Dominic Mitchell,
Jonathan Nolan, Daniel T. Thomsen, Charles Yu- Fotografía: Paul Cameron, Brendan Galvin, Robert
McLachlan– Música: Ramin
Djawadi– Elenco: Evan Rachel Wood, Anthony Hopkins, Ed Harris,
Thandie Newton, Jeffrey Wright,
James Marsden, Rodrigo Santoro, Sidse Babett Knudsen, Ben Barnes, Jimmi Simpson, Shannon Woodward, Clifton Collins Jr., Luke Hemsworth, Ingrid Bolsø Berdal, Louis Herthum, Lili Simmons,
Steven Ogg, Currie Graham, Jeff
Daniel Phillips, Kyle Bornheimer, Angela Sarafyan, Talulah Riley, Leonardo Nam, Nia Kingsley,
Tessa Thompson, Simon Quarterman, Tina Grimm, Catherine Fetsco, Ptolemy Slocum, Michael Wincott, Wade Williams, Betty Gabriel, Gustaf Skarsgård. -
Westworld,
la serie, nace de una película casi olvidada por el gran público pero que se ha
mantenido a lo largo del tiempo en la consideración de un pequeño grupo de
cinéfilos, todos amantes de la ciencia ficción futurista, quienes han sabido
ver los muy buenos apuntes que había en su historia original. Se trata del film
homónimo de 1973, escrito directamente para la pantalla y dirigido por Michael
Crichton, quien ya entonces poseía bastante experiencia como productor,
guionista y director. De hecho, entre sus varios guiones originales (como el
que nos ocupa), sus novelas adaptadas y filmes como director, podemos contar
perlitas como The Andrómeda Strain (1971, Robert Wise), Coma (1978, Crichton), Pursuit
(1972, Crichton), Extreme Close-Up (1973, Jeannot Szwarc) o The Great Train Robbery
(1979, Crichton), entre otras muchas. Claro que hoy en día eclipsa gran parte
de su obra el hecho de haber escrito Jurassic Park (1990), la novela
llevada al cine por Steven Spielberg en 1993.
Veamos. En esta
película nos hallamos inmersos en el mundo de Delos, un gigantesco
parque temático para adultos donde cada uno puede vivir su propia fantasía y satisfacer
su ego y vanidad. El parque se subdivide en distintas parcelas, en cada una de
las cuales se recrea una época, tierra o cultura diferente. Empezando por el
reino de los mongoles, pasando luego por el de los vikingos, los romanos y
algunos otros, llegamos finalmente a Westworld,
el enorme lote dedicado al salvaje Oeste norteamericano, que es sin dudas el
más visitado y requerido. Sin embargo, todos ellos están poblados por robots de
perfecta apariencia humana, los cuales tienen vedado hacer daño a los
visitantes. Claro que se producirá un evento inesperado, en un principio el
desperfecto de uno de ellos, que desencadenará una cascada de eventos
imparables y peligrosos. Protagonizado por Yul Brynner, Richard Benjamin, James
Brolin y Dick Van Patten, el film tuvo un modesto éxito en su tiempo, al punto
que consiguió incluso una secuela, Futureworld (1976, Richard T.
Heffron), bastante digna y con más de un paralelo con Invasion of the Body Snatchers
(1956, Don Siegel). Ahora, en plena era dorada de las series y cuando el
formato de temporadas cortas se ha
impuesto completamente[1], llegó
finalmente el turno de aquélla historia casi olvidada, pero que tenía un
potencial intrínseco enorme. Lo cual ha quedado grata y escalofriantemente
demostrado en los 10 envíos que conforman su primera temporada.
En este reboot
Delos es el nombre de una gigantesca corporación que actualmente posee la
mayoría de las acciones del parque Westworld, el cual ofrece a sus visitantes
—todos ellos millonarios, los únicos que pueden pagar este servicio— una gama
casi ilimitada de diversión. Una vez allí todo es posible, desde violar
mujeres, matar prostitutas, masacrar pistoleros o robar un banco. Los
androides, denominados anfitriones, tienen
vedado dañar a los huéspedes, y sus armas (incluso cargadas) no pueden lesionar
a nadie. Excepto entre sí o a manos de los huéspedes, como ya apuntamos. El
creador del parque, o al menos el creador que queda vivo, es el Dr. Robert Ford,
un aterradoramente sibilino Anthony Hopkins, sin cuya siniestra mirada la serie
perdería varios puntos. Ford está en guerra silenciosa contra algunos
ejecutivos de Delos, quienes quieren sacarlo del medio y arrebatarle sus
acciones, ya que lo consideran un obstáculo, una rémora anticuada que impide la
explosión comercial del parque. Su mano derecha es un experto programador,
eficiente y leal, quien ha perdido a su único hijo en el pasado y ahora vive
por y para el parque. Bernard (que en la piel del talentosísimo Jeffrey
Wright vivirá y alcanzará momentos de perturbadora
intensidad) será para el espectador algo así como un Virgilio impensado, un
guía forzoso que nos conducirá tanto por el inframundo del parque —un infierno
que posee una sutil y perversa lógica, lista para ser descubierta por huéspedes
de idéntica perversidad— como por el paraíso aséptico y gris, frío y elemental,
del centro de control y laboratorios, un
mundo de múltiples capas que parece más el taller del diablo que la factoría de
un centro de diversión.
Pero en este parque
deambula un eterno visitante, un Virgilio al revés, más un Caronte furioso que
el latino poeta, un guía oscuro que arrastra consigo y rebaja a su nivel a todo
el que se le cruce, sea robot o humano, alguien cuya identidad se revelará
recién en el décimo y último episodio de la temporada, y cuyo periplo personal
—un viaje a la degradación— está mucho más ligado a Ford de lo que se pueda
pensar. Personificado con perturbadora credibilidad por Ed Harris, un enorme actor
de la vieja escuela, su presencia en pantalla se torna por momentos
intolerable, casi como si nos fuera posible ver en carne y hueso no al bello Dorian Gray, sino a su
aterrador y monstruoso retrato[2]. A este
hombre peligroso, un verdadero sociópata que encuentra placer en la tortura y
la violación, lo mueve un deseo profundo, una misión si se quiere, que consiste en hallar e ingresar al último,
arcano y secreto nivel del ‘juego’,
algo que este individuo está seguro de lograr si puede descubrir cada pista que
supuestamente plantó Arnold antes de morir. Éste no fue otro que el antiguo
socio y co fundador del parque, amén que único amigo de Ford; aunque su deceso parece estar ligado a eventos
poco claros (así como a ciertos choques de criterio y visión que lo enfrentaron
a su colega), o quizás a algo más aterrador todavía. En el presente, la sombra
de Arnold y un posible regalo envenenando que parece haber sembrado aquí y
allá, se cierne sobre todos los involucrados en el manejo real, operativo y
monetario del parque. Y claro está, sobre cada visitante.
La serie comienza
lenta y pausadamente, poseedora de un tempo perfecto que se desenvuelve de
manera autónoma, un minucioso mecanismo de relojería, de modo que logra
involucrarnos en la historia y con sus personajes en una forma casi inédita.
Aun cuando sabemos de entrada que ciertas criaturas son anfitriones, y por ende
artificiales, los realizadores logran
que empaticemos con ellos, que suframos con las crueldades de que son objeto y
que se erijan ante nuestros ojos en verdaderas víctimas, que es lo que son
genuinamente. Algunos de ellos comienzan a experimentar anomalías, ciertas
visiones, ramalazos de una realidad diferente; si se quiere, un vistazo a otro mundo. El nuestro. La
primera será Maeve, la madama del burdel y saloon
del pueblo, cuyo lento despertar (no exento de trágicas consecuencias) abrirá
la puerta a una doble posible rebelión, la de las máquinas y la del extinto
Arnold. ¿Será posible? ¿Algo así podría escapar al control enfermizo de Ford?
Mientras se resuelven estos enigmas, el rol que juega el personaje de la
británica Thandie Newton irá creciendo y tejiendo una inesperada red de
proporciones asombrosas.
La otra cara de los
anfitriones, quienes al principio sufrirán desmedidamente pero ulteriormente
alcanzarán una cierta ‘redención’,
estará encarnada en los excelentes James
Marsden y Evan Rachel Wood, cuyos roles tendrán un papel destacado en el drama
que vendrá. Ellos son de los pocos androides antiguos, o sea mecánicos, más
perfectos y complejos. Ulteriormente, cuando la Corporación Delos se hizo cargo
del parque, estos modelos dejaron paso a un sistema de fabricación más barato y
eficiente, casi de carne y sangre reales, pero a la vez menos sofisticados que
sus antecesores. De a poco, los derroteros de cada uno de ellos se entrelazarán con los de los huéspedes —en especial con los más crueles en su
conducta— hasta que se revelen
demasiadas cosas, tantas como para comprender que todos ellos resultan ser
parte de una mascarada mayor, una trampa vieja pero aceitada que arrastrará
consigo a todo lo que se le ponga enfrente.
Crímenes que
sorprenden, víctimas inesperadas, personalidades fascinantes y perversas a la
vez,
Westworld ofrece una distopía aterradoramente posible y real. ¿Quién sabe
qué hay más allá del parque; quién puede imaginar —todavía— cómo es el mundo
real allende sus fronteras? Estas y otras preguntas empezarán a responderse
hacia el final de la temporada, o al menos se avizorarán ciertas luces, amagos
de claridad. El décimo episodio, un envío de 95 minutos escalofriantes, pone
broche de oro a una temporada sencillamente brillante, perfecta en su
concepción e impecable en su ejecución. Resultará imposible para el espectador
desprenderse de ciertos momentos y algunas acciones, como por ejemplo los
encuentros ‘sociales’ que Robert Ford
tiene siempre con androides. Él jamás se relaciona con verdaderos humanos. Sólo
con estas criaturas artificiales, sus
criaturas, las únicas que escuchan las confesiones del pasado del
científico, escasos flashes de humanidad en un ser que es un verdadero psicópata
de manual: carente de sentimientos genuinos, únicamente los finge, los imita; y
cuando se siente amenazado o acorralado da rienda suelta a una fría y aguda
perversidad, disparada en forma de amenaza nada velada. En esos momentos
Hopkins parece echar mano de cierta atávica presencia que el caníbal Hannibal
Lector dejó en él. Algunas de sus miradas, varias de sus medias sonrisas, se le
cuelan de la recordada película del recientemente fallecido Jonathan Demme, The
Silence of the Lambs (1991, ‘El
Silencio de los Inocentes’).
Habrá que esperar
hasta principios de octubre de este año para ver los siguientes 10 capítulos
que conformarán la segunda temporada. Una espera interminable, a juzgar por el
nivel de excitación y tensión que esta historia deja en el televidente una vez
acabada la primera vuelta. Por lo
pronto, el tráiler de adelanto nos indica que la ansiedad bien habrá valido la
pena. Westworld merece no sólo la larga espera sino el conciente esfuerzo por
decodificar cada símbolo, cada mensaje que le envía a su público; porque en efecto se trata de una serie
inteligente y a la vez interactiva —no en el sentido tecnológico digital que hoy
tiene ese término— sino en uno metafísico, un sentido profundo que nos imbrica
en el juego de espejos deformantes de su
relato, espejos que no nos reflejan como creemos y parecemos ser, sino como podríamos ser si nada nos atara a lo que
llamamos moral. En definitiva, una
serie imprescindible.-
[1] Formato importado de Inglaterra, donde se impuso rápidamente, y cuyo debut en EE.UU. se produjo con American
Horror Story.-
[2] “El Retrato de Dorian Gray” (1891), la célebre novela de Oscar
Wilde (Dublín, 1854 - París, 1900) en que un joven y sorprendentemente bello
aristócrata consigue la juventud eterna; pero a cambio de que todos los
crímenes, pecados y miserias de su vida cobren aterradora vida en el retrato
que un infortunado artista le pintara. Dorian oculta a toda costa el horror del
cuadro, asesinando si es preciso, pero caerá víctima del mismo cuando se vea forzado
a verse reflejado en su propio horror.-
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