Por Leonardo Tavani
Actualmente todos tenemos un problema con el subgénero de ‘superhéroes’. Como dijo recientemente el director James Mangold (Logan, 2017; Knight and Day, 2010), las películas de este tipo equivalen hoy al Western de los ‘50s. En esa época se estrenaban cerca de cinco a la semana, e incluso más; desde las magníficas de Anthony Mann, Delmer Daves, John Ford o Howard Hawks, hasta las mediocres de clase ‘B’ protagonizadas por actores en estado preagónico, sobrevivientes de la era dorada de Gene Autry, William S. Hart y Tom Mix. El problema está en que aquél cine inolvidable podía contar cualquier tipo de historias, porque su imago mundi anclaba en la realidad histórica (para colmo muy cercana temporalmente, tanto que en algunos estados la modernidad no llegó hasta mucho después de 1910), y se ubicaba en un amplio territorio estrictamente real y concreto. En cambio, el cine basado en cómics de superhéroes no puede exceder de ciertos límites específicos, ya que su propio ethos se lo impide. El ser superior sencillamente no existe; los extraterrestres no se estarían descubriendo ante nosotros, y los seres mejorados por experimentos científicos sólo campean en la imaginación.
Una vez que hemos definido su existencia, —a pesar de toda evidencia en contrario—, su razón de ser (su ethos), debe colisionar inexorablemente con su pathos (su destino trágico, si se quiere), y de allí surge el verdadero atractivo que despiertan. Si entendieron, verán que casi nunca se plasma esto en pantalla, exceptuando casos aislados como Man of Steel (2013) o la magnífica Wonder Woman (2017). Y ahora, en plena fase sit-com de Marvel, en la que cada filme tiene que ser un enorme episodio de Seinfeld pero con gente disfrazada, llegamos a un descafeinado indignante, apenas comparable, por caso, a la decadencia de James Bond durante la era Roger Moore, en la que cada peli era un episodio del Correcaminos y el Coyote pero con menos gracia. (¿O acaso no era eso ver a Richard Kiel persiguiendo al bueno de Roger y saliendo ileso de las maldades que este le hacía…?).
Tenemos entonces
dos opciones posibles. O se ruedan filmes totalmente infantiles, adecuados para
sus gustos y psicología, o se presentan productos adultos, con un sano equilibrio
entre el sufrimiento, la pasión, el destino manifiesto del héroe (su pathos, repetimos), y su propia esencia,
su conducta ética y racional, su deber moral asumido (su ethos, obviamente). Superman/Clark Kent debería ser un ejemplo
perfecto de lo que intentamos explicar. El ethos
de Clark, fruto de la sabia crianza de los Kent, y por qué no de la atávica
herencia de la Casa de El, lo mueve a la acción desinteresada,
al auto sacrificio, a la entrega generosa. Pero su pathos, su tortura y tensión interior, proviene de la incapacidad
de mostrarse tal como es, de la soledad íntima a la que está destinado (incluso
si accede a una relación con Lois), y de la necesidad de proteger a los que ama
de sus enemigos. Incluso por el hecho de ser el último de su raza. Ahora, el humor bien puede estar presente, porque el
individuo no cavila todo el tiempo acerca de sus demonios ni se tortura
perennemente, y un filme así sería casi una pesadilla. Pero convertirlo sólo en
comedia derivaría en productos tan idiotas y abominables como en efecto lo
fueron Superman III y IV (1983 y 1987).
Una vez resuelta esta dicotomía creativa, si se ha optado por la segunda línea de filmes y además se los produce con talento y enjundia, aun así persistirá un problema. El héroe supra-humano sólo puede combatir enemigos de su calibre, que justifiquen su razón de ser y lo confronten tanto con su drama interior como con su dicotomía psicológica y espiritual. Allí está la gracia. En el Western, como vimos, eso no es necesario. Los hubo puramente dramáticos, épicos, humanistas, de pioneros, de liderazgo religioso, de pistoleros a sueldo, de luchas políticas o territoriales, etc. Todo es posible mientras se ubique en su específica geografía y en su marco temporal específico. El superhéroe no tiene ese privilegio. No pertenece al orden de la realidad y por ello mismo sus apariciones deben ser tan poco comunes como su propia existencia. Y si algunas buenas metáforas son siempre posibles con estos ambiguos personajes, estas se agotan rápidamente porque el arco argumental es siempre estrecho. Amenaza global (sea alienígena o autóctona), villanos sicóticos, ambiciosos y/o dañados emocionalmente, el héroe debatiéndose entre el amor y el deber, etc.
Una vez resuelta esta dicotomía creativa, si se ha optado por la segunda línea de filmes y además se los produce con talento y enjundia, aun así persistirá un problema. El héroe supra-humano sólo puede combatir enemigos de su calibre, que justifiquen su razón de ser y lo confronten tanto con su drama interior como con su dicotomía psicológica y espiritual. Allí está la gracia. En el Western, como vimos, eso no es necesario. Los hubo puramente dramáticos, épicos, humanistas, de pioneros, de liderazgo religioso, de pistoleros a sueldo, de luchas políticas o territoriales, etc. Todo es posible mientras se ubique en su específica geografía y en su marco temporal específico. El superhéroe no tiene ese privilegio. No pertenece al orden de la realidad y por ello mismo sus apariciones deben ser tan poco comunes como su propia existencia. Y si algunas buenas metáforas son siempre posibles con estos ambiguos personajes, estas se agotan rápidamente porque el arco argumental es siempre estrecho. Amenaza global (sea alienígena o autóctona), villanos sicóticos, ambiciosos y/o dañados emocionalmente, el héroe debatiéndose entre el amor y el deber, etc.
En el caso de Marvel advertimos que se ha decidido,
tal vez con y por la nefasta influencia de Disney —empresa a la que pertenece—
que la fase actual de sus producciones ingrese a un territorio peligrosamente
ambiguo, que acaba de implosionar con Thor: Ragnarok. Hasta Mark Rúffalo
(Bruce Banner/Hulk) ha reconocido que se les fue la mano con el humor en la
cinta. Y Spider-Man Homecoming se desliza por una cornisa igual de
peligrosa, disparando chistes a granel. Ya hay muchos fans que se están
agotando de la fórmula, vean si no sus posteos y videos en Youtube. Por el lado
de DC la cosa tiene otras aristas. Warner Bros., que tiene derechos
exclusivos sobre los principales personajes de la empresa, no ha sabido estar a
la altura ni correr a la par de su competidora. Dejó un sitio vacante por mucho
tiempo. Cuando decide por fin lanzarse a una competencia seria, ocurre que la
política del estudio se vuelve errática y temerosa, más preocupada por proteger
sus activos que por definir una línea clara de trabajo y seguirla con
fidelidad. Así es que llegan titubeos como Batman vs Superman: Dawn of Justice (2016),
que si bien es muy aceptable carece de equilibrio interno y desperdicia al
personaje del hombre de Kryptón, o la desastrosa Suicide Squadron (2017),
apenas un entretenimiento pochoclero para un domingo aburrido por la tarde.
Recién este mes de junio pasado Wonder Woman llegaría con su aura
balsámica y su heroína tan vitalmente carnal, para arrasar con tanta
testosterona acumulada y demostrar que otro cine del género es posible. Junto
con el irrefrenable carisma y el talento sorprendente de Gal Gadot, su
protagonista, desembarcó la directora Patty Jenkins, quien con bastante menos
presupuesto que sus homólogos machos redondeó una narración épica, sensible,
creativa, y consiguió una recaudación record para el estudio.
En noviembre 2017
llegó por fin Liga de la Justicia (Zack Snyder) y el mundo se le vino abajo a
las dos empresas que la produjeron. Ya nos extendimos demasiado en la crítica
del filme, que pueden leer en este mismo blog, así que no diremos más. Pero el
descalabro recaudatorio de la cinta, a nuestro modo de ver bastante injusto, no
hace más que insistir en la posibilidad del agotamiento tanto del subgénero
mismo, sus historias y posibilidades, así como del público en si. Y no es
broma. Si prefieren otro tipo de ejemplo, piensen en el género policial y sus
muchas variantes (noir, thriller,
suspense, gangster, etc) y verán que es perfectamente posible producir y
ver muchas cintas del género por año. De hecho lo hacemos periódicamente, seguro sin darnos cuenta, y no experimentamos
saturación ni agotamiento. Con los superhéroes no pasa eso. Las historias
acaban por parecerse, los villanos se clonan sin pudores, las resoluciones se
calcan al carbónico y así seguimos hasta el infinito. El género tiene
limitaciones que atentan contra su esencia misma. Uno se desespera por ver a
James Bond peli tras peli jugueteando con miss Monneypenny, ser reprendido por
un severo M que en secreto envidia el sibaritismo hedonista de su agente, o
molestar a Q cuando este le entrega sus gadgets. Todo ello reafirma la
personalidad fílmica de nuestro héroe y en definitiva, como decía Roger Ebert,
no es otra cosa que una obra de teatro Kabuki, en la que sólo se alteran
nombres y paisajes pero siempre se narra la misma historia. Lamentablemente,
todo indica que los súper muchachos no gozan de este privilegio.
Para finalizar, nos
resta únicamente recapitular y sintetizar nuestras ideas. Decimos que el cine
de superhéroes está llegando finalmente a un límite de saturación inaceptable.
Su fondo y forma narrativas tienen límites precisos que impiden expandirlo a
los niveles actuales. Esta proliferación suicida está llevando a guionistas,
productores y estudios a meter mano en sus historias y convertirlas, —como está
sucediendo recientemente—, en comedias de los Tres Chiflados. O peor aun, en
universos tan pero tan oscuros que dejan a las pesadillas de Kafka al nivel de
Bugs Bunny y las Merry Melodies. Y si hacemos la cuenta de cuantas pelis del
género se han estrenado en cada uno de estos últimos tres años, la cifra
asusta. El cine no es la Tele. E incluso en la Tele y sus subsidiarias de
streaming se está dando esta saturación. Las series sobre superhéroes
producidas por ambas compañías rivales más otras independientes, llegan casi a
la treintena. ¿Realmente hay mercado para tanto? ¿El público millennial seguirá fiel en taquilla a
tanto bombardeo? Sin dudas lo sabremos muy pronto. A nosotros nos toca advertir
que algo está colapsando. La burbuja amenaza estallar y con ella arrastrará a
los amantes del género que no desean quedar permanentemente huérfanos de su
cine favorito. Esperemos que la propia industria halle un equilibrio saludable.
El que avisa no traiciona.-
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