Blade Runner
2049
Por Leonardo Tavani
Calificación: Excelente
(★★★★★)
(Reino Unido/ Canadá/ Estados Unidos, 2017)Dirección:
Denis Villeneuve. Guión: Hampton Fancher y Michael Green. Música: Hans Zimmer
& Benjamin Wallfisch. Fotografía: Roger Deakins. Elenco: Ryan Gosling, Dave
Bautista, Robin Wright, Ana de Armas, Jared Leto, Sylvia Hoeks, Mackenzie
Davis, Wood Harris, David Dastmalchian, Harrison Ford. Producción: Broderick
Johnson, Andrew A. Kosove, Cynthia Sikes y Bud Yorkin. Distribuidora: UIP.
Duración: 173 minutos.
La primera impresión que queda en
la mente del espectador al finalizar el metraje de “Blade Runner 2049”, es que se trata por vez primera de la
absolutamente mejor secuela de un filme de ciencia ficción jamás rodado hasta ahora.
Tan simple como eso. Asfixiante, portadora de un desasosiego existencial
inexorable, radiografía de una sociedad deshumanizada hasta el extremo, esta
cinta del canadiense Denis Villeneuve (‘Arrival’
2016) no le hace concesión alguna al espectador. Es muchísimo más extensa que
la original, desdeña el estilo narrativo video-clipero de nuestros días
—incluso si ello le resta espectadores— bucea sin tanques de oxígeno en lo más
profundo de la psique de sus personajes, sean estos replicantes, hologramas o
humanos, y se da el lujo de negar la remanida idea que postula al pasado como
un territorio mejor. Aquí, el pasado no ha servido para otra cosa que para
entregar este presente nauseabundo que vemos en pantalla. Ya cerca del final,
Deckard —que se halla recluido en un hotel casino ruinoso de una espectral Las
Vegas abandonada— rememora con nostalgia las épocas en que hasta un simple
obrero podía tomarse un descanso allí, beber unos tragos y jugar unas fichas.
Pero Villeneuve nos mostró antes los fantasmagóricos hologramas de Elvis,
Marilyn y Sinatra, en un contexto que evoca el patetismo decadente que tendrían
como pobre entretenimiento del ayer. El contraste se torna tan chocante que uno
comprende al instante el mensaje. De aquéllas tormentas, estos tifones.
Han transcurrido 35
años desde la fuga de Deckard y Rachael, la Tierra es ahora un lugar aun peor,
con mayor polución, más lluvia ácida y los múltiples efectos de una catástrofe
global que sólo se menciona como ‘el gran
apagón’, sucedida pocos años después de los eventos de la primera película.
El agente K (Ryan Goslin, de meritorio papel), es un replicante creado por la
compañía de Niander Wallace (Jared Leto), que en el pasado absorbió a la corporación
Tyrell, continuando con su investigación y brindando replicantes más dóciles y
serviles. El es un Blade Runner que caza a los modelos Nexus 8 rebeldes, debe prestarse a rutinarios
exámenes para constatar tanto funcionalidad como lealtad, y deambula por una Los Ángeles que lo rechaza por ser un ‘portapiel’. Su único refugio, su
santuario, su conexión más profunda con lo humano, se halla en su departamento
y es un holograma interactivo femenino, sensiblemente interpretado por la
cubana Ana de Armas. Paradójicamente manufacturado por la corporación Wallace,
el modelo hogareño adquiere personalidad propia y establece una relación real y
profunda con K. Ambos son seres de origen artificial, de existencias
controladas por terceros (resulta notable como se remarca esta dependencia en
la relación de K con su superior, la Teniente Joshi, impecablemente encarnada
por Robin Wright), y sin embargo, los dos hallan un pequeñísimo espacio de
libertad, autodeterminación y sensibilidad en su propio mundo privado. En una
bellísima pero a la vez descarnada secuencia, ella contratará a una prostituta
para poder sincronizar su interfase con la mujer y así tener una “verdadera” noche de amor con K. La
manera en que ambos, holograma y replicante, se descubren y reconocen
mutuamente — a la vez que forzosamente deshumanizan a la meretriz, que ya ni
siquiera es un ser vivo para ellos, sino un mero cable conductor—, es una de
las tantas maravillas angustiantes de este filme.
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Lamentablemente no
se puede adelantar demasiado de la trama. Baste decir que una misión en
apariencia rutinaria, devendrá para K en el hallazgo de la pista de un milagro,
un evento único y maravilloso de alcances inimaginables, que además lo
involucra personalmente y lo pondrá en la pista del ex Blade Runner Rick Deckard
(excelente Harrison Ford, mucho más cómodo aquí que en su último round como Han
Solo). Este milagro es algo que la Teniente Joshi querrá ocultar a como de
lugar, mientras que el industrial Wallace lo busca y desea denodadamente, sin
reparos ni ética alguna. Por otro lado, Luv (Sylvia Hoeks) es la más perfecta
replicante creada hasta ahora, fiel lugarteniente del ciego y amoral magnate, y
en su personaje se materializa dramáticamente la parábola inversa de K.
Mientras que este busca desesperadamente la humanidad, un sentido real para su
propia existencia, aquélla se deshumaniza cada vez más cometiendo un crimen
tras otro para cubrir las huellas de su Jefe, Amo y Creador, a la vez que se
vanagloria de ello reclamando para si la supremacía sobre su tipo y clase.
Un gran acierto del
equipo de producción fue traer de vuelta al guionista del film original,
Hampton Fancher, que ya entonces había realizado un trabajo titánico devanando
el ovillo de una novela narrativamente imposible, la más simbólica, lisérgica y
menos lineal de Philip K. Dick. Por entonces, David Webb Peoples efectuó una revisión final al guión que le
quitó algo de brillo y coherencia interna. Aquí y ahora, en esta secuela, el
script co escrito con Michael Green resulta absolutamente perfecto. Se permite
incluso reflexionar sobre la condición de explotación del hombre por el hombre,
pero sin caer jamás en cierto maniqueísmo de izquierda bienpensante. Esto se
expone brillantemente en la secuencia del gigantesco basurero de la antigua San
Diego, ahora repositorio de deshechos y chatarra. Allí, en unos domos
tenebrosos, un mercader impiadoso esclaviza a millares de niños huérfanos y
pobres, a fin de colectar metales y piezas usadas, útiles para reparar las
naves de las colonias. El discurso de auto justificación que le espeta a K,
crudo en su realismo cínico y mecanicista, devela los entramados subterráneos
de una economía derivada del utilitarismo extremo, que al no poner freno a un
desarrollo tecnológico que descarta al hombre, acaba inexorablemente por
tornarlo en objeto deshechable,
engranaje sin alma que solo puede volverse sujeto
si está del lado correcto de la Gran
Maquinaria.
El estilo Neo-Noir
del filme jamás se convierte en un fin en si mismo, ni se superpone a la
narrativa ni sobresale del contexto, sino que es un hecho orgánico y connatural
a la historia que cuenta. Puede decirse sin pudor alguno, —y este crítico lo
hará sin rodeos—, que Blade Runner 2049 es, como obra
cinematográfica integral, superior a su antecesora. No solo es muy superior a
aquélla primera versión que Warner Bros le impuso a Ridley Scott, agregándole
una abominable narración en off con la voz de Deckard/Ford, editando escenas
completas y cambiándole el final por una secuencia de escape a puro tiroteo.
No; esta nueva película es incluso mejor que el llamado “The
Definitive Director’s Cut” (2007), que a su vez expande el trabajo que el
director inglés ya había encarado en su Director’s
Cut de 1993. Porque si bien es cierto que Blade Runner (1982) se convirtió rápidamente en un filme de culto,
resulta útil señalar que dicho estatus no garantiza ni la perfección ni la
calidad del producto que lo ostenta. Es innecesario que así sea. La condición
de culto se gana por una serie de méritos intrínsecos a la obra en cuestión, desde
la influencia sobre la cultura de su tiempo, su rupturista estilo visual o
estético, hasta la múltiple intertextualidad que la impregna. En pocas
palabras, en la concepción de un filme, —a veces—, lo perfecto se torna enemigo de lo bueno.
Blade
Runner fue una indiscutible buena película, plagada de aciertos y de
preguntas sin respuestas; que junto a su estética innovadora, que algunos han
querido etiquetar con esa cáscara vacía que llaman ‘ciberpunk’, planteó una fábula pesimista sobre la condición humana.
Todo ello la convirtió en un fenómeno de culto. Pero también tenía algunos
remarcables defectos, que no enumeraremos aquí, y que no agregaban nada a la estructura de la narración ni a las
motivaciones de sus personajes. Si
un único elemento de la cinta clásica supera a la actual es el personaje de Roy
Batty, el psicótico replicante que encarnaba entonces Rutger Hauer con absoluta
entrega actoral. Por lo demás, desde la por momentos escalofriante música del
dúo Zimmer/Wallfisch, conectando con aquéllos sintetizadores de Vangelis, hasta
la sencillamente anonadante fotografía y dirección de cámaras de Roger Deakins,
13 veces nominado al Oscar y que esta vez debería ganarlo por decreto
Presidencial, Blade Runner 2049 se convierte en una experiencia cinematográfica
singular, que hunde al espectador en un universo donde las personas son meros
deshechos de una maquinaria gigantesca sin alma ni moral, y los seres de diseño
son capaces de dar su vida para alcanzar la utopía del auto conocimiento. Un
viaje a la oscuridad de nuestra propia despersonalización, que al encenderse
las luces de la sala aun se nos queda adherido a la piel. Sencillamente
perfecta.-
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El director, Denis Villeneuve, revisando el script. |
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