Ser y no ser Trek

Star Trek: Discovery
Por Leonardo Tavani.
Calificación: Buena (★★★)
USA, 2017: (1ª Temporada de 15 episodios)
Creada por Bryan Fuller & Alex Kurtzman
Con Sonequa Martin-Green (Michael Burnham), Jason Isaacs (capitán Gabriel Lorca), Michelle Yeoh (capitana Georgiou), Anthony Rapp (Tte. Stamets),  Doug Jones (teniente Saru), Chris Obi (T’Kuvma), Rekha Sharma (Tte. Landry).

            Cuando Giuseppe Tomasi di Lampedusa concibió su única novela, El Gatopardo, —que se conoció póstumamente—, jamás imaginó que en el futuro se acuñaría el término “gatopardismo”, derivado de aquélla. Decimos que se practica gatopardismo cuando, en un ámbito dado, en especial el político, se cambian o alteran algunos elementos y variables para que en realidad nada cambie. O sea, mover algunas piezas, lavar ciertos rostros y dejar el contexto macro tal como está. Si aplicamos este concepto al universo narrativo audiovisual, encontramos que cuando se administran sagas o marcas registradas muy longevas y particularmente sensibles en lo que respecta a su relación con los fans, resulta esencial tener la perspicacia de aplicar, cada tanto, una saludable dosis de cínico gatopardismo.



            Esto viene a cuento porque a 4 episodios del inicio de Strar Trek: Discovery, la nueva serie basada en la genial creación de Gene Roddenberry, hallamos que sus creadores han hecho caso omiso de la máxima lampedusiana, y en vez de aggiornar prudentemente el concepto Trek para renovar el interés de nuevas audiencias, —pero manteniendo las reglas que le dan su específica identidad—, hicieron tabla rasa con las premisas más caras y basales de la franquicia, sin por ello lograr expandir sus horizontes narrativos o diversificar sus alcances temáticos. Para ser claros: innova hasta la despersonalización, se aferra a una visión tan oscura como pesadillezca, y sólo logra con ello un producto que suena remotamente a Star Trek, pero asaltado por impostores.
       
     Con “Viaje a las Estrellas” tenemos la que probablemente sea la premisa más original y rendidora del subgénero espacial; contamos con algunas de las xeno-razas más complejas y atractivas para ser retratadas en pantalla; poseemos la fórmula perfecta para la química ideal entre personajes; y, por último, una galería de actores talentosísimos, que al haber crecido como fans de la franquicia, se dejan matar con tal de actuar en una nueva serie Trek.Y sin embargo, a casi 15 años del fin de la última aventura catódica —Star Trek ENTERPRISE—, tanto fanáticos como curiosos recibimos este extraño híbrido entre “Battlestar Galáctica” y la guerra contra el Dominio de Star Trek: Deep Space 9.
            Aquí no pretendemos censurar el novedoso estilo visual y/o narrativo que se ha elegido. Sin dudas los tiempos cambian y los gustos también, y no debe sorprender que los jóvenes de hoy puedan sentirse de inmediato atraídos por la nueva serie, mientras que en cambio  rechacen incluso los mejores episodios de envíos anteriores de la saga. Resulta perfectamente natural. Ellos viven bombardeados y formateados por productos audiovisuales —videogames incluidos— de factura hiper veloz, estéticas ultra recargadas y estructuras menos complejas. El tema pasa por si la nueva serie es en efecto un producto genuinamente Trek, o sólo es un pingüe negocio arropado con el seguro manto de una franquicia rendidora.


            Un ejercicio: imaginen a Batman sin Alfred; a Superman sin Lois Lane ni Lex Luthor; a James Bond sin Aston Martin ni su Vodka-Martini agitado, no revuelto. Bien, todo eso es esta nueva serie. Veamos: hay una nave (verdaderamente espantosa), hay un capitán (mucho más parecido a un tirano megalómano), hay una tripulación que se detesta entre sí y que compite ferozmente, hay una protagonista sabelotodo en pleno proceso de auto castigo, y hay loguitos y juguetitos de la Federación por todas partes, pero el espíritu y las premisas que convierten a una historia en parte del universo Trek, están ausentes. Claro está que Discovery es un ‘work-in-progress’, sin duda alguna puede mejorar con el correr de los episodios, pero adolece de un problema seminal: esto no es ‘Viaje a las Estrellas’. Una humana huérfana, criada por los Vulcanos, que ha estudiado en su selecta Academia de Ciencias, acaba como primer oficial de una capitana sabia, benevolente y que la quiere como a una hija. Una imprudencia de esta tan inteligente comandante, precipita la declaración de guerra de unos Klingon descastados, liderados por un mesías fanático. Aconsejada de urgencia por su padre de crianza, (nada menos que Sarek, padre de Spock), Michael Burnham llegará a amotinarse para poder disparar a la nave Klingon, sabiendo que es la única manera de negociar a posteriori con estos orgullosos guerreros. Todo sale mal, la guerra se desata y mueren millares. Ella es declarada culpable y confinada de por vida. Meses después, la convicta es reclamada por la toda nuevita nave Discovery, un extraño lugar aparentemente dedicado al estudio científico, en el que todos los oficiales se recelan o incluso se detestan, su capitán es un fanático belicista al que poco o nada le importan los preceptos altruistas de la Federación, y porta una éticamente muy dudosa bio-tecnología para el viaje interestelar, que puede volver a esta nave una peligrosa arma capaz de desestabilizar a todo el Cuadrante.
            Dejando de lado que los dos primeros episodios fueron sólo un prólogo a la historia, que es la primera vez que la protagonista no es ni el Capitán ni sus primeros Oficiales, y que los Klingon son ahora unos horrendos vampiros espaciales, carentes de expresión y con absurdo vestuario, lo peor de ‘Discovery’ es que hace papilla la premisa de Gene Roddenberry, creando un universo oscuro, plagado de gente egoísta, ególatra (como el Oficial Científico, por caso), y  sembrado de secretos tenebrosos y experimentos kafkianos.
            Discovery es el resultado de un proceso muy largo signado por el miedo. Incluso diríamos terror. Terror a perder millones de dólares, pánico a perder futuras posiciones de poder en la industria, miedo al desprestigio. En otras palabras, cobardía. Porque cuando CBS decidió arremeter contra Paramount para comprarle los derechos de Star Trek, (y al no lograrlo convence a la compañía para dividirlos en cinematográficos y televisivos, adquiriendo entonces estos últimos), debió asumir una política valiente, permitiendo que sus show-runners desarrollasen sus ideas con libertad creativa y arriesgándose a un salto sin red. Después de todo, los fans siempre están allí,  dispuestos a todo por su franquicia amada. Pero no. En la empresa propiedad de SONY decidieron contratar a Bryan Fuller, ex guionista de Star Trek: Voyager, sembraron de escollos su trabajo y lo acosaron hasta precipitar su partida, aunque aun así se quedaron con su premisa de base, por lo que figura en los créditos como co creador. Incluso es co autor del guión de los dos primeros capítulos. Pero su talento y olfato como productor ya no están aquí, y en cambio, la empresa trajo a bordo a casi una decena de productores y ejecutivos, —algunos sólo en calidad de consultores—, que en lugar de formar un equipo coherente de tareas, devino en una ‘Armada Brancaleone’ que se halla a la deriva en un océano narrativo que no le es propio, y al que es poco probable que le encuentren el norte. Sólo citar la presencia como productor y guionista de Akiva Goldsman, —chapucero responsable de atrocidades como “Batman & Robin” (1997) o “Perdidos en el Espacio” (1998) —, alcanza para encender alarmas potentes. También figuran Nicholas Meyer como consultante creativo, Alex Kurtzman (quien este año entregó ese esperpento de “The Mummy”) y hasta el hijo menor de Roddenberry, con cero experiencia como productor. Son demasiados cocineros para un único platillo.
            Ahora bien, ¿tiene la nueva serie algunas virtudes? Por supuesto que si. Hasta ahora, su trama es disfrutable. Como ya apuntamos, una nave en la que todos están contra todos, una amotinada-convicta que busca su redención, un experimento bio-tecnológico altamente cuestionable, unos aliens malísimos liderados por un fanático de fe —demasiados paralelismos con Al-Qaeda/Isis, tal vez—, un capitán dispuesto a cargarse los ideales de su propia Organización con tal de ganar la guerra… En fin, el cóctel es atractivo, cuando menos. Pero por otro lado, y como intentamos demostrar hasta aquí, esta producción abandona por completo las premisas básicas de Star Trek. En esta longeva saga, Starfleet jamás, pero jamás, avalaría ni emprendería experimentos no éticos o incluso genocidas. La tardía aparición de la Sección 31 obedeció a la necesidad de crear un organismo de Inteligencia ultra sofisticado, como respuesta a enemigos tan mortales como el Dominio, los J’emadar o los Borg.
            Tanto en Deep Space 9 como en Voyager  se vieron conflictos severos entre los oficiales, enfrentamientos entre grupos antagónicos, intentos de genocidio (como el que casi efectúa Garak, antes de ser detenido por Worf), genuinos deseos de venganza, oficiales con problemas y traumas íntimos… Pero hay una inexorable realidad en el universo Trek: y es que fuera de las frágiles paredes metálicas de una nave estelar o de una estación espacial, se encuentra el más absoluto vacío: frío, silencio y oscuridad. El espacio. Así de simple. Y no es sabio convivir con enemigos cuando se está a unas láminas metálicas de la muerte. Desde Roddenberry hasta Rick Berman todos los productores de la franquicia han entendido este concepto básico. Más allá de la tan cacareada “visión optimista del futuro” que se le achacaba al viejo Gene, si aceptamos la existencia en la ficción de dos organizaciones como la altruista Federación y la honorable Flota Estelar, resulta imposible compatibilizarlas con la idea de conflicto interno permanente. Si fuera así, el resultado sería “Galáctica”, donde la gracia estaba precisamente en que todos la iban contra todos y el ansia de poder contaminaba hasta el instinto de supervivencia.
            La cuestión que se resolverá con el correr de los episodios, consiste en saber cuanto quedará de la idea original de Fuller. Si Burnham tendrá que amotinarse de nuevo para frenar a un capitán dispuesto a todo, si los Klingon adquieren más tridimensionalidad, o si la tripulación se unirá ante los inminentes peligros. En fin, si a pesar de este errático principio, Star Trek Discovery se atreve por fin a llegar a dónde nadie ha llegado antes: la FRONTERA FINAL, o lo que es lo mismo,  los fértiles principios de STAR TREK.-

POST SCRIPTUM INDISPENSABLE LUEGO DE VER EL EPISODIO # 10

            Ya empezado el nuevo año 2018 y luego del breve hiato que experimentó, hemos visto el episodio que marca el inicio de la etapa final de esta primera temporada. Ya sólo restan 4 capítulos para el final y nuestra opinión no ha cambiado: antes bien, ha empeorado. Discovery tuvo algunos episodios potables, e incluso este décimo asalto resultó bastante bueno y divertido, retornando a la genial idea del universo espejo que tuvo su origen en el súper brillante episodio de la serie clásica “Mirror, Mirror” (2ª temporada). Pero esto no es, no se parece, no luce ni se huele como Star Trek. Es otra cosa. Y lo peor es que tiene altos niveles de audiencia y publicidad, lo que redundará en que CBS/SONY persista en su criminal tergiversación de la premisa de nuestra serie más amada. Tal vez esta nueva entrega no esté pensada para nosotros, carcamanes de sólo 50 años o incluso menos, a quienes los ejecutivos nos imaginan con un pie en la tumba y con menos dinero disponible para merchandising que para medicamentos. Pero no vayan a creer, todavía consumimos (y mucho) cuando el producto vale la pena, pero esto…

            Bueno, basta de quejas. Alguien deberá explicar alguna vez cómo es posible escribir una novela de Sherlock Holmes sin el propio personaje de Holmes en ella. O incluirlo después de todo, pero prohibiendo so pena de muerte que la lean todos los amantes de los cuentos y novelas de Conan Doyle. ¿Es posible? Los productores de Discovery parecen creer que sí. Por lo pronto me faltan varios años de aportes para la jubilación, pero estos muchachos opinan que me alcanza con el retiro voluntario. Esperemos que Anses concuerde con ellos. Buenas noches.-

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