Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Buena plus ★★★+
Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Buena plus ★★★+
Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★
Por Leonardo Luis Tavani
Argentina marcha rápida e inexorablemente hacia la pérdida absoluta de toda brújula moral. No se trata en modo alguno de un problema puramente político o ideológico, sino del ascenso —que parece inevitable— de todas las pulsiones socioculturales más innobles de la sociedad. El libre pensamiento, el ejercicio sano de la libertad, el acceso no sólo a la cultura sino a la más elemental educación, y por supuesto la transmisión tanto familiar como grupal de los más básicos valores éticos y de convivencia, son todas cosas que casi inadvertidamente hemos echado en el olvido. Hay una minoría que resiste, por supuesto, pero tanto nuestra degradada clase política como una parte importantísima de nuestra gente —que ha corrido alegremente a echarse en brazos de cuanto relativismo ético se le ha ofrecido a la carta— padecen por igual de este espeluznante mal que nos está carcomiendo por dentro: ya no hay norte, no hay objetivos sanos, e incluso el presidente de la Nación afirmó sin descaro que la “cultura del mérito y el esfuerzo” no es más que una jactancia de ese colectivo que equívocamente se denomina “burguesía”, o en términos de Jauretche (ese proto odiador de clase tan sobrevalorado) el “medio pelo argentino”. En este miasma en que nos hallamos, carentes de valores firmes y a su vez de líderes sobrios que nos ayuden a recuperarlos, se conoció una noticia que a muchos les pasó desapercibida, pero que a todas luces encarna la señal perfecta y definitiva de nuestro abismal descenso a los infiernos morales. El INCAA (el instituto de cine y artes visuales), presidido por el otrora director y hoy furioso militante “K” Luis Puenzo, ha decidido que el premio máximo que otorga el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata deje de llamarse Astor —en honor al marplatense Astor Piazzolla, por supuesto— y pase a denominarse “el Lobo” (exactamente así: ni siquiera “premio Lobo Marino”, que tendría más musicalidad), y todo ello por el módico motivo de que el recordado y admirado músico y compositor no era peronista. O por lo menos, dado que jamás habló públicamente sobre temas políticos, porque su figura —en las afiebradas mentes camporistas— no revestiría “chapa de personaje nacional y popular”.
por Leonardo L. Tavani
Calificación: MuyBuena (★★★★)
por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente (★★★★★)
por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente (★★★★★)
Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Muy Buena + (★★★★ y 1/2)
por Leonardo L. Tavani
calificación: Muy Buena (★★★★ )
Dublin Murders – Miniserie de 8 episodios
(2019, BBC One y Starz)
por Leonardo L. Tavanicalificación: Muy Buena (★★★★ )
El pasado suele volver de formas misteriosas y retorcidas. Su mejor aliado a menudo es la psique de las personas, especialmente la de aquellas que no han podido saldar cuentas con él. Dublín (en gaélico, Baile Átha Cliath, ‘la ciudad del vado de los zarzales’), tiene sobre sus hombros demasiado pasado, demasiada historia, infinidad de guerras y ríos de sangre derramada. Aunque el presente la tiene como una privilegiada de la nueva economía global, tanta memoria no puede barrerse debajo de la alfombra ni tanto dolor escurrirse por el río Liffey. Para Cassie Maddox y Rob Reilly, detectives de homicidios de la policía del sur de la ciudad, el pasado y la cordura son dos enemigos irreconciliables y traicioneros. Ambos tienen más de una cuenta que saldar y una vida personal quebrada y enferma.
Querida Emma Peel:
Me parece que siempre estuviste allí, a mi lado. La primera vez no la recuerdo, por lejana en el tiempo y porque la temprana niñez suele borronear la memoria y mezclarla con otras vivencias; pero hay un momento, allá por mis seis o siete años, en que tu figura se me grabó a fuego. ¡Vaya a saber el adulto que soy qué cuernos pasaba por la cabeza del niño que fui…! Pero lo que fuera que sentía lo siento hoy de otra manera, enrevesado con desengaños y pesares, por cierto, pero igualmente fuerte como entonces. Fuiste mi primer amor, mi primer enamoramiento. No fue ni una maestra, ni la señorita de salita naranja, ni mucho menos la profe de francés que nos volvió locos a todos los varones de 4to “C”… No, fuiste vos. Emma Peel. O Diana Rigg, que viene a ser lo mismo. Aparecías en todo tu esplendor en la pantalla de aquel Noblex blanco y negro grandísimo, que cada dos por tres me dejaba de a pie obligándome a ir a la casa de algún compañero de clase para verte; y desde esas imágenes increíbles todo, absolutamente todo, parecía posible. Cuando te veía enfundada en esos catsuits imposibles, con tus botas negras y tu media sonrisa devastadora, de algún modo me sentía más grande, casi adulto. Había algo mágico en tu relación con el señor Steed, por eso nunca, pero nunca, le tuve celos. “Señora Peel, nos necesitan…”, solía decirte en ese tono semi paternal tan suyo, y vos reaparecías por detrás del biombo transformada en esa mujer capaz de patearle el trasero al más pintado. En medio de una balacera, cuando todos los demás se arrojaban al suelo, vos te mostrabas fría como el hielo y le decías a tu compañero, “creo que no somos bienvenidos aquí, señor Steed”, y de inmediato pasabas a devolver el fuego como si un tiroteo fuera la cosa más normal que pudiera pasarle a una londinense promedio. Había algo felino, indómito, en vos, y uno lo percibía. Por eso era imposible sacarte los ojos de encima. Por eso era imposible desprenderse de vos. Pero claro, pasó el tiempo, y con él pasó la vida; pero lo que no pasó fue aquel amor. Mi amor por vos. Mi amor por esa mujer fabulosa e inasible que encarnabas y que era absolutamente imposible de ignorar. Y la verdad, es que el hecho de que te hayas prodigado tan poco en las pantallas a través del tiempo, no hizo otra cosa que agigantar tu imagen en mi imaginación y en mis recuerdos. Para que fueras siempre así, joven, peligrosa, absolutamente divina, absolutamente atractiva, totalmente hechicera. Emma, dondequiera que estés ahora, ten la seguridad de que no vas a desaparecer. Si el olvido es la verdadera muerte, la anonadación, entonces no hay riesgo alguno para vos. Estarás conmigo siempre. Es un lugar común, lo sé, y seguro que lo escuchaste mil veces antes de mil voces diferentes, pero esta vez no se trata de una frase de ocasión. Estuviste siempre allí, te lo dije, y estarás por siempre jamás. Sos imposible de olvidar. Imposible de ignorar. Sos “la Mujer”. Ella. Todas. Mía.
No te digo adiós, Emma. Cuando Marlowe se enfrenta a ese hombre que fue su amigo y que creyó muerto, se niega a despedirse diciéndole “No te digo adiós. Ya lo hice antes. Cuando ‘adiós’ era triste, solitario y final”. Tenía razón. Me niego a que tu poderosa mirada —su recuerdo— me inunde de tristeza, soledad y abandono. Eso pasa con la muerte, y vos no estás muerta. Sos inmortal. Yo no, pero mi amor por vos sí. Para siempre. Que esta sí es una frase hecha, claro que lo sé, porque nada es para siempre, pero esta vez prefiero creer en la magia, en lo intangible. Saludos a Steed, Emma, que seguro estará feliz de haberse reencontrado contigo. ¿Qué otra mujer lo entendía como vos? Ninguna. Porque no hubo ni habrá ninguna como vos. Por eso no te digo adiós. Vos entendés. Hasta siempre.
Tuyo, como siempre,
Leo.-
Por Leonardo L. Tavani Calificación : Excelente ★★★★★ Hablar acerca de El Pingüino ( The Penguin , 2024; creada por Lauren LeFra...